lunes, octubre 23, 2006

Harina y platos calientes

Entre comillas


Bueno, no todo comienza igual. Eso era lo que decían los más viejos, a mi, a estas alturas, no me hacía gracia, ni me parecía diferente ni lo uno ni lo otro. Sin embargo, no hagamos pasar las cosas buenas por intrascendentes. Es cierto que no era el momento, pero los momentos perfectos no existen espontáneamente, se generan, se buscan, se construyen, se arman, se hologramean, si vale el termino, pero no se dan porque sí, así nomás, muy simplemente.

Cuando uno menos lo espera, zácate!, lo inesperado, lo inaudito, lo inédito, lo nuevo. De mirar con malos ojos el hábito de la harina, hoy en día me hallo entre uno de sus principales defensores, es que, señores, en la harina no hay nada de malo, a menos que se padezca de alguna alergia extraña, pero nada grave, nada más allá de un sarpullido menor, nada como un poquito de harina en las comidas, o después de estas.

Y esto, por ejemplo, partió antes que ella. Es más, esto partió por ella, por acompañarla, para que la harina no sea su única compañía, para que la harina sea mi compañera. ¿Ves?, y ahora ni en los almuerzos caramba, ni en los almuerzos ni en la cena, ni compañía, ni plata para la harina. Pero, vamos, no estoy acá para llorar miserias. El hecho que la harina hoy escasee se halla intimamente ligado con la sobre explotación de corales submarinos, nuestra última reserva natural de harina virgen, húmeda y espontánea. Así que, señores, a calentar los platos, que los sacos ahora vienen vacíos, y siguen costando lo mismo.

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