jueves, julio 22, 2010

Estrépito en el estertor

Un día, mientras aspiraba humo, decidí que por un tiempo dejaría de hacerlo. Para no enriquecer, aún más, los bolsillos de los propietarios de las tabacaleras, y de los hospitales que son los mismos dueños: los dueños de la verdad, la verdad de la milanesa, me dije. Y detúveme ipso facto.

A los quince días, agitado de tanto correr, comer, y llevar a cabo acciones no perjudiciales para mi salud ocurrió lo siguiente:

Suena el teléfono, y como de costumbre, no contesto. Observo como vibra, y un vaso de vidrio y con agua cae al piso. Uno de los gatos se acerca a beber el agua y muere atragantado con un pedazo de vidrio. Procedemos a enterrarlo debajo del abedul que alegre brota hojas como quien suda en verano.

Insurrección de nervios. Temblor de manos. Bebidas alcohólicas me bailotean en lugar de ideas. Reprimo mis lágrimas, y en su lugar tengo sexo. Tanto como es posible. Sexo conmigo mismo para empezar. Y luego invito a mi compañera que no ha parado de llorar. Incluímos al otro gato. Nos duchamos juntos, y ya casi no comemos. Ella fuma, el gato duerme. Las manos tiemblan, y el abedul va perdiendo hojas que ayer nomás florecían.

Sueño un mundo en el que no vivo. Compro píldoras que garantizan el descanso. Olvido a mis enemigos, entonces consumo. Y comienzo a descubrir que el dejar de fumar no produce beneficios tangibles. El mayor mérito que le puedo dar ha sido saber que una tabacalera de bajísima producción ha cerrado sus puertas.

Sigo soñando durante días, la empresa que fabrica mis píldoras para dormir se hace con la tabacalera cerrada. Los empleados felices vuelven al trabajo. Sus hijos casi felices vuelven a clases. Sus mujeres, como siempre desdichadas, hacen las compras y se evidencian rastros de solemnia en su proceder... son las únicas habilitadas para comprender. Al desposeer voz y voto, el sistema no las abarca.

Hace años que camino descalzo. La planta de mis pies han generados callos. Cuando abres la boca para comerme a besos siento que estoy mas vivo. Tu boca sabe a humo. Estrellas eran las de antes, y a vos que te gusta tanto el color verde. No haré más preguntas. No importa si sabes de lo que hablo, yo se que nada tiene sentido. Si no soñaría con este mundo, y en él tú estarías con quien te merece, y mi cuerpo marchitaría al abedul del patio.

En los márgenes de error de toda encuesta aparecen siempre pequeñas delicias que, como ya es costumbre, nos son negadas.

Dicen que ha pasado un año, golpea un niño la puerta y al abrir, entra corriendo, directo al patio. Al gato vivo, que vegeta de pena, aún se le prenden dos o tres pelos en la espalda. Corre hasta el niño y se le incrusta en la espalda. Al abedul se le cae la última gota. Mis hojas terminan de cerrarse, aprecio tu visita quiero decir, y en lugar de eso te robo un cigarro, amante del verde.

Mientras fumo, cierro los ojos. El niño comienza a adolescer, sabe que he vuelto. Los vecinos salen de sus casas alertados por el hedor de nuestra impudicia. He decidido cosas antes, nunca logré cometidos. La hipnosis hubiera sido más efectiva. Hasta los que somos de materias desconocidas cometemos los mismos errores, tropezamos con cuerdas, calabozos y espectáculos mal montados.

Toda la culpa es de esas llamadas que no contestamos.

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