sábado, diciembre 11, 2010

De noche la oscuridad se toma un vasito de color

Y, cuando, sin que sea el momento, abro los ojos, despierto en el sinuoso afán que recorre tu cuerpo. Olfateando rincones con los que he soñado, descubro aromas y luces nuevas que, de los recónditos lugares donde mi nariz se posa, brotan, y tu voz nos adormece.

De pronto, yo destapo alguna bebida, y brindo a tu salud. A tu inmensa, e inconmensurable gracia. A tus ojos que desde siempre, gráciles, han sido faro de barcos gigantescos llenos de tesoros inasibles.

Contra sol, distancias y mareas, hemos de reunir los ingredientes suficientes para producir nuestro elixir. Nuestra savia deliciosa: esa mezcla de nuestras humanidades que se mueve, ahoga, embellece. Savia que aun sin tocarla, satisface. No existe necesidad, ni presencia, te abrazo, te beso, nos tenemos.

Leo un cartel, y con su advertencia se me espanta la embriaguez que me causas. Respiro profundo, tomo aire, y violo acuerdos previos. Abro la puerta, para descolgar el cartel. El espanto pendula detrás de lo que he retirado, y los deposito en nuestro baúl: cartel y espanto. Me emborracho, tus labios me dan sed.

En un rito cualquiera, supongo que, la del sacrificio se muerde un labio, el inferior, o los de mi boca. En este, otro rito, y no cualquiera, soy yo el que, nervioso, los saborea. He detenido el tiempo. He duplicado las posibilidades con las que, a priori, contamos. Te revelo el secreto: La luna está. La luna se va. Corremos buscando la lluvia, el abrazo, el encuentro, el encierro.

Al día siguiente, hora circunstancial, compañeros de batalla habrán de desconocerme. Me sonrojan. No somos muchos los que de amor y felicidad sonreímos. Nos tocamos, nosotros suaves, también nos besamos.

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