viernes, diciembre 31, 2010

El tiempo es una arandela zafando

Tal como lo describiría el amigo imaginario, hombre invisible y retrato virtual de sí mismo, la fecha de caducidad de un producto es suficiente motivo para celebrar un nuevo ciclo. Un nuevo año, un nacimiento, una muerte. Una intoxicación causada por motivos evidentes. El equivalente a cualquier desequilibrio causado por el transcurso del tiempo.

De niño, desarmar un juguete, sobrevivir a su duelo. Patalear hasta conseguir otro, y volver a romperlo. Desazón.

No hallo, de esta manera, palabras para justificar festejos, excesivos gastos de dinero sin sentido, y el abrazo falso, la caricia fingida, el orgasmo de película porno, que estamos obligados a dar y recibir en estas fechas.

Cuánta gracia encuentro, alejado de vosotros, simples inmorales, arrepotingado en el respaldo de mi sillita mecedora, al calor de una fogata, que durará hasta que caiga la primera lluvia, hasta que me quede dormido, borracho, y las barbas rueden entre gusanos. Hasta que una brasa ínfima ilumine mi universo, prenda una ramita, una hormiga desapavorida que se esconderá entre mis cabellos sucios, y el incendio voraz que los dejará con mi silencio.

No os asustéis. No es tiempo aún, y cuando sea, la arandela seguira, floja, produciendo inconvenientes en ese pedaleo cíclico de compra-venta, de amor y odio, de engaño, perfidia, lujuria y borrachera. Y sin embargo el mundo gira, y la piel se nos hace de cerdo. Un fuego en estas condiciones bastará para convertirme en cena de mi mismo. Autoantropofagia erudita.

Mañana será otro día, el mismo. Empieza un nuevo año, que no diferirá a grandes rasgos, de lo que ha sido hasta hoy cada uno de los años que llevamos viviendo desde que cambiamos la inocencia por las bragas de alguna vecina. Yo también tuve mi primera vez. Un día como hoy. Como mañana. Ayuno.

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