jueves, diciembre 09, 2010

Un Atragantágalo!

El primero que vi, el único hasta hoy, tenía su propia descripción incrustada con joyas y piedras preciosas detrás de uno de sus molares. No fue fácil interpretar esa serie de acertijos, jeroglíficos y palabras sueltas, por lo general entre carie carie. Pero ahí dice que no hay uno, sin los otros dos que vendrán después. Yo espero.

Ante todo, la forma en la que nos encontramos fue de lo más casual. Buscaba, yo, como cada mañana una razón para existir. De esto, hace más de 15 meses, hoy.

Me debatía entre escapar, simplemente, de esas, mis tendencias suicidas, y ejercer el respeto por algún tipo de persona en particular: mulatos, latinos, caucásicos, mujeres, u homosexuales.

Finalmente sin mucho preámbulo, quedé embarazado, y de inmediato, el azoro que invadió a los integrantes del grupo social al que pertenezco, me llevó a relativizarlo todo, y proseguir.

Un niño, o una idea, sean del color que sean, deben madurar por un periodo de tiempo, en un ambiente sano, cálido y sobre todo protector. De este modo la fruta cae y no se rompe.

En el proceso de desembarazamiento estuvieron implicados, sin resultados positivos, entre otros, el Doctor Reu, la amiga Amaris, el erudito Ducado y su mujer, la cocinera infiel. Con ella tuve relaciones que confundieron a más de uno. El fruto de mi vientre latía con fuerza, con la cercanía de su perfume a perejil, a cilantro, a sopa aguada.

El Doctor Reu asumía el todo a partir de dos datos simples: un hombre nunca, y una deuda impaga. Sufrió un hambre voraz, y engordó a base de pan.

Amaris me llamó esa tarde por teléfono, la tarde en la que ella buscaba a la cocinera, mi amante. El erudito sentado en su escritorio escrutaba libros y hacía anotaciones al margen. Su coraza lo protegía, no habían penas de amor en sus estudios. Amaris insistió en mi visita, y acotó: 'a la cocinera la vamos a tener un poco ocupada. Tú, por favor, no hagas más daño'.

Y así partí en exilio.

A la semana, panzón, y cansado, entrando a una cueva a descansar lo vi, reposado en el lomo de un extraño felino: el más hermoso de los Antragantágalos, que hombre sobre la tierra hubiera visto, jamás!

Intenté reptar, pero mi situación no era de las mejores. Le pregunté a los astros cuestiones simples, esperando que en sus respuestas inconclusas mis deseos obtuvieran alguna aprobación. Descansé, eso sí, sin apartar un sólo ojo del lomo de aquel felino.

En determinado momento, cuando las necesidades del hombre apremian, temí que fuera la última vez. Me acerqué, antes de ir a defecar, al Atragantágalo y le extendí mi mano. El felino seguía durmiendo. Y cuando el Atrangantágalo saltó, primero sobre la palma extendida de mi mano, y luego se relajó sobre mi abultado vientre, aquel felino desapareció, pareciendo nunca antes estar, y todo ante mi atónita mirada y el traquetear que hacen las patas o antenas de los Atragantágalos. El felino, es claro, no se hizo humo, ni aire... se fundió a la tierra, se hizo una roca.

Han pasado lunas y amores. Pero el Atragantágalo sigue prendido. El vientre no me baja. Llevo más del tiempo reglamentario incubando algo que tal vez sea mayor de lo que pensé. Un elefante, una ballena tal vez, y mi Atragantágalo velando el sueño de dicho animal.

No habla mucho, pero duerme con la boca abierta. Es así que pude observar las inscripciones en su conjunto molar. Amaris me envidia. El erudito Ducado se ha acercado en más de una ocasión con intenciones más que reprobables, pero no lo culpo. La cocinera infiel ya no le ama. El Doctor Reu estuvo enfermo, y ahora se ha vuelto loco.

Un Atragantágalo es una especie que siempre ha contribuido a la decadencia, pero cuando lo tienes, no lo quieres soltar. Mi Atragantágalo es mío, y de nadie más.

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