martes, abril 12, 2011

El gato con vértigo

Hermano menor, y rebelde del que lleva las botas, recorre pocas terrazas, pero desarrolla una especie de superpoder que lo lleva a desarrollar de manera superpoderosa su poder.

Sus relaciones, muy al contrario de lo que podría pensarse, son de lo más normales. Su rebeldía no enloquece a nadie, indeterminados alimentos le proporcionarán placeres, que de otro modo, nunca podría experimentar, y no molesta. Defeca con normalidad, en un lugar habilitado para tal efecto, y caza insectos, o calcetines, para llevartelos de regalo.

Nunca trates de tomarlo en brazos, o esperar a que suba al segundo piso. Eso, es algo que el gato con vértigo no hará. Miau.

sábado, abril 02, 2011

Poesía esparcida. Retuerzo.

Historias en las que no importa si es una mujer y un hombre, ni dos chicas, o dos varones: historias en las que el amor no tiene nada que ver. Pero quiere, quiere.

Historias en las que los protagonistas se muevan por otras pulsiones. Disparadores varios, dineros, rabia, otro tipo de sentimientos, cosas, una muñeca inflable, con un short bien cortito, cortando el césped.

Historias sin césped. O con césped depilado, a flor de piel, miel de poros. Rubor de hojas de otoño, lucecitas verdes azules pardas.

Historias blancas, palomas contadas en vuelo, pájaros volando, pero también cuerpos suicidas, pianos, macetas, polvo de balcones, en los balcones, pantuflas como medias con dedo, y un poquito de sol.

Si golpean la puerta, pregúntales que tipo de historias traen. No compres las de siempre, pídeles una a medida, pideles suficiente, y sobre todo, de calidad.

jueves, marzo 17, 2011

Peripecia

Después de la absurda discusión del desayuno, el personaje decidirá entre volver a la cama, o sentarse frente a la computadora para leer los diarios, para no hacer nada, o para ver porno.

Entonces entra al baño, se lava los dientes para sacarse el sabor de la cerveza seca en la lengua húmeda, escucha el clic de la puerta, le sale un chasquido exagerado, y se burla de sí.

En el auto, la compañera del personaje, maneja con poca atención. En un semáforo se frota los ojos. Sabe que exageran, ambos, y le da risa que después les dará risa, como siempre, y harán el amor.

El personaje, en la casa, lee un artículo sobre emmanuelle y no se acuerda de ninguna escena en particular, pero sí de cuando vieron juntos la película, un domingo con resaca suave.

Ella, la compañera, maneja y se siente sexy. Se mira los ojos en el retrovisor. No entiende qué es lo que, de ella, a él le gusta, pero piensa que él tiene razón, que ella también se haría el amor. Se acuerda del placer -ni mejor ni peor- diferente que siente cuando se masturba. Piensa que él también tiene razón con lo de sus tetas, que a él le gustan tanto, porque sí, porque son muy lindas, normales, perfectas. Y ahí la belleza. Se siente feliz, y un poquito turbada.

Cuando el personaje termina de leer, se va a la ducha con una tremenda erección. La compañera antes de estacionar el auto, en el segundo subsuelo del estacionamiento, habrá hecho un recorrido lento con la vista, para asegurarse que nadie anduviera dando vueltas por ahí. Mientras, la humedad le sube por la espalda, en los omóplatos, siente un rico cosquillear en el cuello y la deliciosa fuente de todo origen.

El personaje es un secundario, las imágenes, gotas de agua tibia, se le mezclan con el orgasmo lechoso. Termina de lavarse, la piensa, y sabe que esa noche harán el amor.

Ahora tiene que partir. Ella ya llegó.

domingo, marzo 13, 2011

Confesio, el gato hipotético.

Se abrió la puerta y el gato entró con la cola rozó una pierna, luego la otra. Arriba una boca se hacía un remolino dulce en otros labios. En la cocina la bestia se alimentó. La boca y los labios, más arriba, se hacían señas, los ojos se tartamuedeaban. Otra vez la cola del gato una pierna la otra, a pocos pasos de gato la mano transpiraba, resaca de dedos, espantando una comezón.

Durante la cena, boca y labios ocupados, el gato mira para afuera, mira la ventana, mira y de a poco se duerme. Entreabiertos los ojos, descansa. Como gallina empollará un árbol. Copa y copa de vino, se brindan los ojos, se limpian los labios la salsa de spaghetti, se enjuagan las bocas, una pierna juega con otra y con otra. Revolución debajo del mantel.

Cuando el disco toca las últimas tres notas, el gato que hace rato duerme revolea en cámara lenta su cola. Los labios y una de las lenguas se siguen mimando. El resto de los cuerpos descansa con una sonrisa. Mientras uno fuma, el otro aprende, cambian los roles, con la uña y la carne cierran un trato, el bolso, y se mandan a mudar.

Al gato no lo dejan. Viven como boca y labios con gato, como pierna salsa de spaghetti y película con ganas, y beben un poco de vino a veces, cuando se han olvidado de comprar café.

jueves, marzo 03, 2011

Haciendo Negocios, la esposa del difunto, por un momento lo olvidó. Tarde cantó el ruiseñor

Ayer fui a visitar a Simon. El no cocina muy bien, pero dijo que haría huevos revueltos, que yo llevara el pan.

Cuando entre a la casa, limpia, en orden, pero con un fuerte olor a encierro, me sorprendí de lo blanco que es ese lugar, cuando sale el sol. Después de los huevos revueltos, nada excepcional, me preguntó si seguía yendo a clases. Fuimos a su patiecito a fumar un porro, y me mostró la tierra abierta, y fertilizada. Un metro hasta casi la pared del fondo, por dos metros de ancho.

Me explicó someramente como haría crecer el cáñamo para hacer el hilo, él sabe que yo de esas cosas no entiendo nada, y me pidió, sin urgencia, sin presión, que le ayudara a conseguir una máquina para tal efecto.

De máquinas aprendí cuando iba a la escuela, pero nunca fuí bueno. Después me nació la vocación social, al ver tanto desquicio, y me convertí en el gurú, pero definitivamente, de máquinas, algo sé.

El negocio en el cual nos estamos por embarcar es completamente legal, la única condición será que nos mantengamos sobrios. Y que usemos sombrero de ala ancha, y Guayabera.

jueves, febrero 24, 2011

Otra vez: continuará ...

El primer sábado de diciembre de 2007, Luis decidió que se venía a Europa. Nunca pensó en un país en particular. En realidad, era una forma rápida de empezar de nuevo, de ser mejor, de corregir errores, de dibujarse una nueva historia, una nueva personalidad, de ser otro. Me voy a llamar Aloiso, le dijo, durante el almuerzo del jueves 4 de enero del año siguiente, a Sofía, la secretaria del jefe.

Con Sofía, no eran especialmente amigos. Ella lo miraba un poco curiosa siempre, conversaban como dos compañeros de trabajo, pero, en general, los separaba un abismo. De todos modos, Luis, Aloiso, que nunca hablaba en serio, pero que había empezado a creer en sus propias historias, (todas mentiras. todos inventos), le explicó con bastante detalle, las razones de su decisión. Sofía sintió envidia, pero no lo dijo. En cambio, aportó: Mirá, si pensás que ahorrando vas a poder juntar dinero para tu pasaje, sos un iluso. Tenés que buscarte planes B y C y D si es posible.

En abril ganó Lugo. Luis se emborrachó en los festejos. Al dia siguiente se consiguió un certificado médico, y no fue al trabajo. Sofía lo llamó a primera hora, cuando se dio cuenta que él ya no vendría. Le dijo que si se animaba, ella podía pasarle el número de un español que salía con una amiga. Le insistió: animate, con hablarle no perdés nada. Que el chico le podía proponer un negocio un chiqui turbio, aclaró.

Ese mismo día Aloiso, (así dijo que se llamaba), llamó a Jose. Quedaron en encontrarse en el Bolsi, un café en Estrella y Ayolas. Aloiso vivía a cinco cuadras de ahí, en pleno centro y Jose había pasado la noche con Clara, la amiga de Sofía, en su departamentito, en Sajonia. ¿En 20 minutos?, dale Jose, y ¿cómo te reconozco?

No hablaron mucho. Jose fue directo al grano, y Aloiso le pidió tiempo.

A mediados de Mayo, después de la fiesta que le organizaron los empleados al jefe de operaciones, por su jubilación, Luis y Sofia se fueron a dormir juntos. No volvería a ocurrir. Ese mismo mes Luis cumplía su segundo año en la empresa. Habló con el director, le pidió un aumento, y al verse tajantemente rechazado, renunció.

Un mes se preocupó. Compró el diario ABC cada viernes, por el sorteo de un cero kilómetro y otros premios menores, y a fines de Junio ganó el 3° lugar. Una motito Leopard de fabricación nacional. Como salió en el diario, Sofía lo llamó para felicitarlo, pero Luis no respondió.

A todo esto Jose ya estaba en España, y Luis no lo había vuelto a ver. Una semana después de haberse tomado el café, Luis le había enviado, cobarde, un mensajito de celular a Jose, para decirle que muchas gracias, pero no, gracias.

En Julio, Luis recibió las llaves de la moto, la fue a buscar Darío Cárdenas, el vecino, en su nombre. Con la venta, Luis se había comprado el pasaje más barato hasta Barcelona. Le sobraron dos billetes de 50 euros, y a fines de Septiembre partió.

Sofía recibió un frío mail de agradecimiento, el 3 de octubre. Esa misma tarde, pero desde su casa le respondió. Le preguntaba como estaba, donde se estaba quedando, cuanto tiempo le iba a durar el dinero, y que si necesitaba algo más, que le dijera nomás, que ella siempre iba a tratar de ayudarle.

Aloiso, al día siguiente, desde su nuevo email, y tragándose el orgullo, le respondió que estaba bien, pero que se quería ir de Barcelona, que con Rolo, el amigo que lo había recibido, no era tan cómodo vivir. Que conseguir trabajo estaba resultando super dificil, y que no sabía que hacer y que le quedaban poco más de 50 euros.

Sofía le giró 50 euros al día siguiente, y le pasó el mail de Clara, la que era novia del español, en Paraguay, que ella vivía en Granada, y que de Jose no se sabía nada más. También le escribió a Clara, contándole de Luis, pero que se llamaba Aloiso en realidad.

En el imaginario de Aloiso, Clara era una pobre chica, que engañada por ese español se había ido al viejo continente, y había tenido que aprender a sobrevivir. Jose era un jodido. Nada más. Así fue que Clara y Aloiso se escribieron sendos mails antes de que ella lo convenciera de ir a verle: no perdés nada, yo estoy trabajando en un restaurant y te puedo ver un puesto, y vivimos super bien, y hay espacio para uno más, ¡encima mi compatriota!.

Aloiso le pidió a Rolo 30 euros prestados, se compró un ticket en tren, y llegó a granada.

(continuará...)

viernes, febrero 11, 2011

Crónica crónica (I)

El descalzador de Gante fue, siempre, un hombre precipitado. Como las aguas que del cielo, en esta pequeña cápsula sobrepoblada, caen. Un intempestivo. Una tormeta de indudables pero imprecisas consecuencias.

Temprano, antes del amanecer, lloviera o nevara, se tomaba un cafecito en su casa y sin cepillarse los dientes, guardaba en su bolso el calzador, un par de calcetines extra, y una sierra de metal. Le acariciaba el lomo al gato, controlaba si todas las ventanas y las puertas estaban bien cerradas, y montaba la bicicleta para empezar el recorrido. Vale aclarar que no lo hacía todos los días.

Primero iba a recorrer los alrededores de los cafés de barrio. Donde, más bien adultos, y pensionados, se reunían hasta tarde para, en el delirio de las copas, ahogar sus penas, ocultar las frustraciones, y a veces, también para ligar.

Con tantos años de experiencia, había aprendido lo fundamental: los primeros que van a la cama, noche de juerga, son los adultos. Entre las 3 y las 4 am, cierran sus puertas los cafés fuera de moda, en el tiempo que fuere. Con suerte, podía recolectar, una considerable cantidad de calzados, dejando a sus usuarios descalzos. La mayoría hombres, pero en ocasiones, incluso mujeres. Las paradas de buses, los terrenos eriazos, los paso nivel, tuneles, árboles frondosos, eran los lugares preferidos para dormirse la mona. Rincones que el Descalzador ya conocía, casi de memoria. Volvía a la casa con el botín. Otro café, el ritual antes de salir, y después, continuar.

Entre las 4.30 y las 6 recolectaba los zapatos del barrio universitario. Los jóvenes tendían a alargar más las jornadas de descontrol, pero era entre estas dos horas cuando comenzaban a caer, en un radio de un kilómetro, como moscas. Durmiendo en cualquier rincón, sin reparar en que además de una resaca, se encontrarían con otra sorpresa.

Entre las 6 y las 8 am, hacía la última gira, cerca de las casas okupas, en los barrios más marginales. Los yonkis, aprendió, eran los más peligrosos. La violencia que emplean para defender sus pertenencias le ocasionó más de un susto. Por eso, y por el fétido hedor que despedían estos zapatos, era éste un codiciado trofeo para el Descalzador.

Hace 15 años, nadie sabe nada de él. El 23 de febrero de 1996 fue la última vez, entonces yo tendría 16, y de haber vivido en esta ciudad hubiera sido una de las últimas víctimas. Pero aquí, aunque ya casi nadie lo recuerde, aún quedan huellas perceptibles de su proceder. Entre la Biblioteca, en la estación Sur y el centro cultural Vooruit, hay un cable tensado atravesando la calle, de el penden con disimulo unos 15 pares de zapatos, cada uno por cada año de ausencia. Nadie sabe como llegan hasta ahí, pero muchos piensan que es él, llevando a cabo la segunda etapa de su plan.

Se calcula que, durante los 25 años, en los que procedió con una arriesgada periodicidad, incautó en total más de cincuenta mil pares, y alrededor de veinticinco mil unidades sueltas. Por qué nadie más habla de él hoy?, dónde están esos zapatos?, cuanto más tendremos que esperar para que nuestras borracheras terminen en paz, y nuestros pies no teman esa inesperada desnudez?

Como la mayoría de las víctimas fueron más bien hombres de poca moral: borrachos, drogadictos o gente sin hogar, la policía actúo siempre con poca insistencia. Su delito nunca nos conmocionó, y sin embargo, su labor ha dejado una huella indeleble en nuestra cultura popular.


jueves, febrero 10, 2011

Hasta la tucia.

Fue una de las primeras promesas que rompí. Parecía evidente, pero entonces yo había creído en otras historias, en magia, en literatura, en pasmosa rebeldía. Insolencia, detrás de las cortinas, el animal espera a la presa. Caza en la casa.

La anatomía de un cuerpo sintetiza, con pelos y señas, las idas y vueltas del tiempo. El asesino no contaba con sus manos, antes había cometido abigeato. Las cárceles, dada la condición de vida del resto de los habitantes de la isla, eran más bien un premio. Entonces el Supremo hubo decidido empezar a cortar: manos, lenguas y cabezas. En ese orden de gravedad.

Yo creía en la magia, en la literatura, en los insolentes cuya única misión es desobedecer. Creía en el embrujo que producen ciertas sustancias, en los excesos, en los viajes astrales. El Supremo de todo esto se enteró.

Cuando una de las Mónicas, que tengo en la colección, se me acercó con el sobre de papel madera, el árbol, bajo cuya sombra descansaba, se estremeció. Mónica no quiso tomar asiento. Claudia, también parte de mi colección, me besó el anillo, se desprendió el delicado collar y besándome los labios, me lo colgó al cuello. Mónica, quedó atónita. El cariño se le convertía en nostalgia, y así ocultó ese rostro en sus delicadas manos. El sobre papel madera se arrugaba con las lágrimas.

Mientras otra de las Claudias se levantaba la falda para mostrarme la ropa interior. La misma Mónica deshilachaba un clavel, descosía sus propios harapos. Yo comprendí su mensaje, pero al revés.

Dentro del collar un polvo mágico, y lejos, los dedos del coronel, muy lejos, azuzaban a la masa grumosa. Los dedos del coronel, la levadura de su ejército: levántate. Cerca de acá, en sus aposentos, el Supremo sonríe, y se toma una poderosa línea, embiste, y no para de hablar.

La Mónica, que había venido esa tarde con la Claudia que me trajo el collar, se coló entre las sábanas. En placenteros cuerpos descansé. Tan profundo hubo sido mi sueño que al despertar ni las pantuflas quedaban.

Mi vasta colección, mis encantos, nada de esto quedará, ni las pantuflas. Por gracia casual, en el collar, que intencionadamente habían dejado a mi cuello, encontré las respuestas al hastío. En las líneas del Supremo, regalo condicionador, descansa mi cordura. El coronel agita, grita, avanza implacable, pisoteandose la cola. Así, en mi edén, los cardúmenes que aquí me agasajan, encontrarán la paz. Yo los guiaré. El asesino, a las órdenes del coronel, tiene a su cargo el control de sabotajes. El coronel no morirá, al Supremo querría suplantar.

Acá no mucho ha de cambiar, tal vez empiece Lauras y Dianas a coleccionar.

viernes, enero 28, 2011

Los diccionarios que contienen malas palabras son poco prácticos

Por ejemplo, una vez encontré uno con la palabra Zamacuco, cuyo significado no era más que un eufemismo del conjunto de todas las malas palabras. Fontanarrosa es el que habla de las malas palabras creo. O hablaba, yo mucho de cultura mundana, de cultura general y de falta de cultura no se. Las malas palabras sirven para indicarle con exactitud cuanto despreciamos a alguien. Pero muchos aprovechan las diferencias lingüísticas para ofender, sin que el ofendido se de por aludido.

Cobardía pura! No te soporto, tenés que decirle a alguien en su cara, con pelos y señas. Nada de te quiero te quiero, y por la espalda el cuchillito afilado. Que los que sean sean y los que no que nos quedemos afuera, dice un viejo proverbio aldeano. El Rey, así, incluía solamente hijas y corderos, dejando al resto del pueblo descansando, sin poder cerrar un ojo. Mirá si el Rey te sale como el presidente italiano ese!, y dale que dale. A mi me aterraba vivir aquellos tiempos.

Un día, simple en mis hábitos, defecaba alegremente entre unos arbustos, cuando oí una conversación:

- ... Francisco, el lechero, y su primo Oscar, que había llegado hacía pocos días, de visita, se me quedaron mirando. Así, fijamente, como yo a ti ahora.
- Ay!, pero que susto mujer!. Vamos, cambia ya la cara.
- No, pero es que necesito que sientas lo que yo sentí. No te miento. Con estos mismos ojos, con esta misma expresión me observaban.
- Entonces, qué? Dejaste de lavar, y te fuiste a la casa.
- No me vas a creer. Mi marido, que se reponía de una gripe, salió al patio, por supuesto que no los vio, ya habían hecho lo que querían. Me buscó un rato, y me encontró tendida en el suelo, mirando las nubes, y al lado, el canasto con la ropa toda embarrada.
- Me imagino su cara
- Me preguntó si ya habían traido la leche. Entonces le conté.

Y después las voces se hicieron chiquitas, como si bajaran el volumen sabiendo que alguien podía oirlas. Yo veía las sombras reflejadas, casí tocandome, alargadas por el sol del atardecer, y las voces cada vez mas pequeñitas.

Me imaginé a mi mismo, en el mismo lugar, aguantando las ganas, esperando que se vayan, y vi como la que tuvo que lavar otra vez su ropa se sorprendía silenciosamente, indicándole a su vez a su acompañante mi silueta acuclillada.

Usé solo una hoja de un platano que me ocultaba de las mujeres. Me subí los harapos, y sigilosamente busqué un sendero nuevo que me sacara de esa situación sin dejarme ver. Dándole la espalda al camino por el que las voces se achicaban, encontré el río, y la respuesta a mi desesperación: Paciencia. Las voces dejaron de escucharse.

Cuando volví a girar, para ver si sus siluetas se habían desplazado completamente de mi área de visión. Una de ellas, la que estaba mas cerca, me empujó. Mientras trataba de ponerme en pie, la otra tomaba sin mucha prisa, una rama del piso.

Me tapé las manos y comencé a llorar. Esperando el primer latigazo. El momento se congeló, y todo se fundió a negro. La historia se acabó, o mejor, la historia sanseacabó.

sábado, enero 22, 2011

Los estados diseccionados del descanso

Diez minutos antes, pero a veces, diez minutos después, cierro los ojos. O uno sólo, y hago girar el otro, (y en realidad ambos, pero uno cerrado), hasta que el mareo me gana, y el vértigo, y el reposo. Si por el contrario, abro los ojos, de a uno, lentamente, o de improvisto, en medio de la madrugada, y ni recuerdo el sueño en el que me encontraba, ni logro entender el lugar en el que me encuentro en ese momento, significa que lo logrado pudo haber sido de otro modo, o del mismo.

En síntesis, cualquier toma de decisión, o cualquier interpretación posterior de lo identificado como acto efectuado, puede servir para relatar ciertas circunstancias en las que la vida se nos desarrolla. Como a mi lo que me pase me tiene sin cuidado, ocurre que la recuperación y la convalescencia me toma entre un 20% y un 70% del tiempo que a una persona con características hipocondríacas.

De todos modos, convivir en la ausencia de apoyo social, en la incoherencia humana del bienestar ajeno, promueve deslealtades a gran escala. El alcohol, a modo de desinfectante, propende al ilícito, al fallo, a la traición, a la desmemoria, y al olvido del dolor. He ahí la solución y la causa, el efecto, la respuesta tardía.

Si no todos fuésemos iguales, o si lo fuésemos, yo entendería todo al revés. Como a veces me mira el ogro, desde su trono, abriendo la boca, relamiéndose los labios, exigiendo su alimento formal.

martes, enero 04, 2011

Una entrada para salir pronto

No es fácil, señores, pero aplicable. Cuando abrí la puerta para ir a jugar, una señorita implacable esperaba con un bolso impermeable. Llovía, y el interior gozaba de sed. Asustado pregunté por sus artes, o cuanto menos, un oficio.

- Yo se jugar - me dijo!.

Loca, pensé. Porque, si, a mi también me gusta ir a jugar, y mucho. Más aún si la oponente se opone a mi. Tan decididamente. Tan ingañitable. Y yo iba a por eso, bajo la lluvia mientras el lobo no estaba.

- Y querés hacerle ahora? - pregunté escondiendo los colmillos, con cara de niño tímido. Estaría el lobo?

Abrió su cartera, puso un pie primero, luego el otro. Me guiñó un ojo. Se secó la lluvia que le bajaba desde la frente, recorriéndole el cuello dulce de leche, dulce de lecho, y se sumergió en la cartera, el bolso, esperando que yo entre ahí.

Al menos supuse la invitación. Tomé el bolso cuidadosamente, yo empapado. Lo miré, calculé que la chica no pesaba más de 5 kilos, así que lo arrojé al acantilado que hay a la vuelta de mi casa. Un ave lloró en su nombre. Esa tarde no me costó dormir, pero al día siguiente, tuve gripe. Una pena, y encima me quedé sin jugar.

Ya vendrá otra caperuza o un gavilán.