viernes, enero 28, 2011

Los diccionarios que contienen malas palabras son poco prácticos

Por ejemplo, una vez encontré uno con la palabra Zamacuco, cuyo significado no era más que un eufemismo del conjunto de todas las malas palabras. Fontanarrosa es el que habla de las malas palabras creo. O hablaba, yo mucho de cultura mundana, de cultura general y de falta de cultura no se. Las malas palabras sirven para indicarle con exactitud cuanto despreciamos a alguien. Pero muchos aprovechan las diferencias lingüísticas para ofender, sin que el ofendido se de por aludido.

Cobardía pura! No te soporto, tenés que decirle a alguien en su cara, con pelos y señas. Nada de te quiero te quiero, y por la espalda el cuchillito afilado. Que los que sean sean y los que no que nos quedemos afuera, dice un viejo proverbio aldeano. El Rey, así, incluía solamente hijas y corderos, dejando al resto del pueblo descansando, sin poder cerrar un ojo. Mirá si el Rey te sale como el presidente italiano ese!, y dale que dale. A mi me aterraba vivir aquellos tiempos.

Un día, simple en mis hábitos, defecaba alegremente entre unos arbustos, cuando oí una conversación:

- ... Francisco, el lechero, y su primo Oscar, que había llegado hacía pocos días, de visita, se me quedaron mirando. Así, fijamente, como yo a ti ahora.
- Ay!, pero que susto mujer!. Vamos, cambia ya la cara.
- No, pero es que necesito que sientas lo que yo sentí. No te miento. Con estos mismos ojos, con esta misma expresión me observaban.
- Entonces, qué? Dejaste de lavar, y te fuiste a la casa.
- No me vas a creer. Mi marido, que se reponía de una gripe, salió al patio, por supuesto que no los vio, ya habían hecho lo que querían. Me buscó un rato, y me encontró tendida en el suelo, mirando las nubes, y al lado, el canasto con la ropa toda embarrada.
- Me imagino su cara
- Me preguntó si ya habían traido la leche. Entonces le conté.

Y después las voces se hicieron chiquitas, como si bajaran el volumen sabiendo que alguien podía oirlas. Yo veía las sombras reflejadas, casí tocandome, alargadas por el sol del atardecer, y las voces cada vez mas pequeñitas.

Me imaginé a mi mismo, en el mismo lugar, aguantando las ganas, esperando que se vayan, y vi como la que tuvo que lavar otra vez su ropa se sorprendía silenciosamente, indicándole a su vez a su acompañante mi silueta acuclillada.

Usé solo una hoja de un platano que me ocultaba de las mujeres. Me subí los harapos, y sigilosamente busqué un sendero nuevo que me sacara de esa situación sin dejarme ver. Dándole la espalda al camino por el que las voces se achicaban, encontré el río, y la respuesta a mi desesperación: Paciencia. Las voces dejaron de escucharse.

Cuando volví a girar, para ver si sus siluetas se habían desplazado completamente de mi área de visión. Una de ellas, la que estaba mas cerca, me empujó. Mientras trataba de ponerme en pie, la otra tomaba sin mucha prisa, una rama del piso.

Me tapé las manos y comencé a llorar. Esperando el primer latigazo. El momento se congeló, y todo se fundió a negro. La historia se acabó, o mejor, la historia sanseacabó.

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