jueves, febrero 24, 2011

Otra vez: continuará ...

El primer sábado de diciembre de 2007, Luis decidió que se venía a Europa. Nunca pensó en un país en particular. En realidad, era una forma rápida de empezar de nuevo, de ser mejor, de corregir errores, de dibujarse una nueva historia, una nueva personalidad, de ser otro. Me voy a llamar Aloiso, le dijo, durante el almuerzo del jueves 4 de enero del año siguiente, a Sofía, la secretaria del jefe.

Con Sofía, no eran especialmente amigos. Ella lo miraba un poco curiosa siempre, conversaban como dos compañeros de trabajo, pero, en general, los separaba un abismo. De todos modos, Luis, Aloiso, que nunca hablaba en serio, pero que había empezado a creer en sus propias historias, (todas mentiras. todos inventos), le explicó con bastante detalle, las razones de su decisión. Sofía sintió envidia, pero no lo dijo. En cambio, aportó: Mirá, si pensás que ahorrando vas a poder juntar dinero para tu pasaje, sos un iluso. Tenés que buscarte planes B y C y D si es posible.

En abril ganó Lugo. Luis se emborrachó en los festejos. Al dia siguiente se consiguió un certificado médico, y no fue al trabajo. Sofía lo llamó a primera hora, cuando se dio cuenta que él ya no vendría. Le dijo que si se animaba, ella podía pasarle el número de un español que salía con una amiga. Le insistió: animate, con hablarle no perdés nada. Que el chico le podía proponer un negocio un chiqui turbio, aclaró.

Ese mismo día Aloiso, (así dijo que se llamaba), llamó a Jose. Quedaron en encontrarse en el Bolsi, un café en Estrella y Ayolas. Aloiso vivía a cinco cuadras de ahí, en pleno centro y Jose había pasado la noche con Clara, la amiga de Sofía, en su departamentito, en Sajonia. ¿En 20 minutos?, dale Jose, y ¿cómo te reconozco?

No hablaron mucho. Jose fue directo al grano, y Aloiso le pidió tiempo.

A mediados de Mayo, después de la fiesta que le organizaron los empleados al jefe de operaciones, por su jubilación, Luis y Sofia se fueron a dormir juntos. No volvería a ocurrir. Ese mismo mes Luis cumplía su segundo año en la empresa. Habló con el director, le pidió un aumento, y al verse tajantemente rechazado, renunció.

Un mes se preocupó. Compró el diario ABC cada viernes, por el sorteo de un cero kilómetro y otros premios menores, y a fines de Junio ganó el 3° lugar. Una motito Leopard de fabricación nacional. Como salió en el diario, Sofía lo llamó para felicitarlo, pero Luis no respondió.

A todo esto Jose ya estaba en España, y Luis no lo había vuelto a ver. Una semana después de haberse tomado el café, Luis le había enviado, cobarde, un mensajito de celular a Jose, para decirle que muchas gracias, pero no, gracias.

En Julio, Luis recibió las llaves de la moto, la fue a buscar Darío Cárdenas, el vecino, en su nombre. Con la venta, Luis se había comprado el pasaje más barato hasta Barcelona. Le sobraron dos billetes de 50 euros, y a fines de Septiembre partió.

Sofía recibió un frío mail de agradecimiento, el 3 de octubre. Esa misma tarde, pero desde su casa le respondió. Le preguntaba como estaba, donde se estaba quedando, cuanto tiempo le iba a durar el dinero, y que si necesitaba algo más, que le dijera nomás, que ella siempre iba a tratar de ayudarle.

Aloiso, al día siguiente, desde su nuevo email, y tragándose el orgullo, le respondió que estaba bien, pero que se quería ir de Barcelona, que con Rolo, el amigo que lo había recibido, no era tan cómodo vivir. Que conseguir trabajo estaba resultando super dificil, y que no sabía que hacer y que le quedaban poco más de 50 euros.

Sofía le giró 50 euros al día siguiente, y le pasó el mail de Clara, la que era novia del español, en Paraguay, que ella vivía en Granada, y que de Jose no se sabía nada más. También le escribió a Clara, contándole de Luis, pero que se llamaba Aloiso en realidad.

En el imaginario de Aloiso, Clara era una pobre chica, que engañada por ese español se había ido al viejo continente, y había tenido que aprender a sobrevivir. Jose era un jodido. Nada más. Así fue que Clara y Aloiso se escribieron sendos mails antes de que ella lo convenciera de ir a verle: no perdés nada, yo estoy trabajando en un restaurant y te puedo ver un puesto, y vivimos super bien, y hay espacio para uno más, ¡encima mi compatriota!.

Aloiso le pidió a Rolo 30 euros prestados, se compró un ticket en tren, y llegó a granada.

(continuará...)

viernes, febrero 11, 2011

Crónica crónica (I)

El descalzador de Gante fue, siempre, un hombre precipitado. Como las aguas que del cielo, en esta pequeña cápsula sobrepoblada, caen. Un intempestivo. Una tormeta de indudables pero imprecisas consecuencias.

Temprano, antes del amanecer, lloviera o nevara, se tomaba un cafecito en su casa y sin cepillarse los dientes, guardaba en su bolso el calzador, un par de calcetines extra, y una sierra de metal. Le acariciaba el lomo al gato, controlaba si todas las ventanas y las puertas estaban bien cerradas, y montaba la bicicleta para empezar el recorrido. Vale aclarar que no lo hacía todos los días.

Primero iba a recorrer los alrededores de los cafés de barrio. Donde, más bien adultos, y pensionados, se reunían hasta tarde para, en el delirio de las copas, ahogar sus penas, ocultar las frustraciones, y a veces, también para ligar.

Con tantos años de experiencia, había aprendido lo fundamental: los primeros que van a la cama, noche de juerga, son los adultos. Entre las 3 y las 4 am, cierran sus puertas los cafés fuera de moda, en el tiempo que fuere. Con suerte, podía recolectar, una considerable cantidad de calzados, dejando a sus usuarios descalzos. La mayoría hombres, pero en ocasiones, incluso mujeres. Las paradas de buses, los terrenos eriazos, los paso nivel, tuneles, árboles frondosos, eran los lugares preferidos para dormirse la mona. Rincones que el Descalzador ya conocía, casi de memoria. Volvía a la casa con el botín. Otro café, el ritual antes de salir, y después, continuar.

Entre las 4.30 y las 6 recolectaba los zapatos del barrio universitario. Los jóvenes tendían a alargar más las jornadas de descontrol, pero era entre estas dos horas cuando comenzaban a caer, en un radio de un kilómetro, como moscas. Durmiendo en cualquier rincón, sin reparar en que además de una resaca, se encontrarían con otra sorpresa.

Entre las 6 y las 8 am, hacía la última gira, cerca de las casas okupas, en los barrios más marginales. Los yonkis, aprendió, eran los más peligrosos. La violencia que emplean para defender sus pertenencias le ocasionó más de un susto. Por eso, y por el fétido hedor que despedían estos zapatos, era éste un codiciado trofeo para el Descalzador.

Hace 15 años, nadie sabe nada de él. El 23 de febrero de 1996 fue la última vez, entonces yo tendría 16, y de haber vivido en esta ciudad hubiera sido una de las últimas víctimas. Pero aquí, aunque ya casi nadie lo recuerde, aún quedan huellas perceptibles de su proceder. Entre la Biblioteca, en la estación Sur y el centro cultural Vooruit, hay un cable tensado atravesando la calle, de el penden con disimulo unos 15 pares de zapatos, cada uno por cada año de ausencia. Nadie sabe como llegan hasta ahí, pero muchos piensan que es él, llevando a cabo la segunda etapa de su plan.

Se calcula que, durante los 25 años, en los que procedió con una arriesgada periodicidad, incautó en total más de cincuenta mil pares, y alrededor de veinticinco mil unidades sueltas. Por qué nadie más habla de él hoy?, dónde están esos zapatos?, cuanto más tendremos que esperar para que nuestras borracheras terminen en paz, y nuestros pies no teman esa inesperada desnudez?

Como la mayoría de las víctimas fueron más bien hombres de poca moral: borrachos, drogadictos o gente sin hogar, la policía actúo siempre con poca insistencia. Su delito nunca nos conmocionó, y sin embargo, su labor ha dejado una huella indeleble en nuestra cultura popular.


jueves, febrero 10, 2011

Hasta la tucia.

Fue una de las primeras promesas que rompí. Parecía evidente, pero entonces yo había creído en otras historias, en magia, en literatura, en pasmosa rebeldía. Insolencia, detrás de las cortinas, el animal espera a la presa. Caza en la casa.

La anatomía de un cuerpo sintetiza, con pelos y señas, las idas y vueltas del tiempo. El asesino no contaba con sus manos, antes había cometido abigeato. Las cárceles, dada la condición de vida del resto de los habitantes de la isla, eran más bien un premio. Entonces el Supremo hubo decidido empezar a cortar: manos, lenguas y cabezas. En ese orden de gravedad.

Yo creía en la magia, en la literatura, en los insolentes cuya única misión es desobedecer. Creía en el embrujo que producen ciertas sustancias, en los excesos, en los viajes astrales. El Supremo de todo esto se enteró.

Cuando una de las Mónicas, que tengo en la colección, se me acercó con el sobre de papel madera, el árbol, bajo cuya sombra descansaba, se estremeció. Mónica no quiso tomar asiento. Claudia, también parte de mi colección, me besó el anillo, se desprendió el delicado collar y besándome los labios, me lo colgó al cuello. Mónica, quedó atónita. El cariño se le convertía en nostalgia, y así ocultó ese rostro en sus delicadas manos. El sobre papel madera se arrugaba con las lágrimas.

Mientras otra de las Claudias se levantaba la falda para mostrarme la ropa interior. La misma Mónica deshilachaba un clavel, descosía sus propios harapos. Yo comprendí su mensaje, pero al revés.

Dentro del collar un polvo mágico, y lejos, los dedos del coronel, muy lejos, azuzaban a la masa grumosa. Los dedos del coronel, la levadura de su ejército: levántate. Cerca de acá, en sus aposentos, el Supremo sonríe, y se toma una poderosa línea, embiste, y no para de hablar.

La Mónica, que había venido esa tarde con la Claudia que me trajo el collar, se coló entre las sábanas. En placenteros cuerpos descansé. Tan profundo hubo sido mi sueño que al despertar ni las pantuflas quedaban.

Mi vasta colección, mis encantos, nada de esto quedará, ni las pantuflas. Por gracia casual, en el collar, que intencionadamente habían dejado a mi cuello, encontré las respuestas al hastío. En las líneas del Supremo, regalo condicionador, descansa mi cordura. El coronel agita, grita, avanza implacable, pisoteandose la cola. Así, en mi edén, los cardúmenes que aquí me agasajan, encontrarán la paz. Yo los guiaré. El asesino, a las órdenes del coronel, tiene a su cargo el control de sabotajes. El coronel no morirá, al Supremo querría suplantar.

Acá no mucho ha de cambiar, tal vez empiece Lauras y Dianas a coleccionar.