viernes, febrero 11, 2011

Crónica crónica (I)

El descalzador de Gante fue, siempre, un hombre precipitado. Como las aguas que del cielo, en esta pequeña cápsula sobrepoblada, caen. Un intempestivo. Una tormeta de indudables pero imprecisas consecuencias.

Temprano, antes del amanecer, lloviera o nevara, se tomaba un cafecito en su casa y sin cepillarse los dientes, guardaba en su bolso el calzador, un par de calcetines extra, y una sierra de metal. Le acariciaba el lomo al gato, controlaba si todas las ventanas y las puertas estaban bien cerradas, y montaba la bicicleta para empezar el recorrido. Vale aclarar que no lo hacía todos los días.

Primero iba a recorrer los alrededores de los cafés de barrio. Donde, más bien adultos, y pensionados, se reunían hasta tarde para, en el delirio de las copas, ahogar sus penas, ocultar las frustraciones, y a veces, también para ligar.

Con tantos años de experiencia, había aprendido lo fundamental: los primeros que van a la cama, noche de juerga, son los adultos. Entre las 3 y las 4 am, cierran sus puertas los cafés fuera de moda, en el tiempo que fuere. Con suerte, podía recolectar, una considerable cantidad de calzados, dejando a sus usuarios descalzos. La mayoría hombres, pero en ocasiones, incluso mujeres. Las paradas de buses, los terrenos eriazos, los paso nivel, tuneles, árboles frondosos, eran los lugares preferidos para dormirse la mona. Rincones que el Descalzador ya conocía, casi de memoria. Volvía a la casa con el botín. Otro café, el ritual antes de salir, y después, continuar.

Entre las 4.30 y las 6 recolectaba los zapatos del barrio universitario. Los jóvenes tendían a alargar más las jornadas de descontrol, pero era entre estas dos horas cuando comenzaban a caer, en un radio de un kilómetro, como moscas. Durmiendo en cualquier rincón, sin reparar en que además de una resaca, se encontrarían con otra sorpresa.

Entre las 6 y las 8 am, hacía la última gira, cerca de las casas okupas, en los barrios más marginales. Los yonkis, aprendió, eran los más peligrosos. La violencia que emplean para defender sus pertenencias le ocasionó más de un susto. Por eso, y por el fétido hedor que despedían estos zapatos, era éste un codiciado trofeo para el Descalzador.

Hace 15 años, nadie sabe nada de él. El 23 de febrero de 1996 fue la última vez, entonces yo tendría 16, y de haber vivido en esta ciudad hubiera sido una de las últimas víctimas. Pero aquí, aunque ya casi nadie lo recuerde, aún quedan huellas perceptibles de su proceder. Entre la Biblioteca, en la estación Sur y el centro cultural Vooruit, hay un cable tensado atravesando la calle, de el penden con disimulo unos 15 pares de zapatos, cada uno por cada año de ausencia. Nadie sabe como llegan hasta ahí, pero muchos piensan que es él, llevando a cabo la segunda etapa de su plan.

Se calcula que, durante los 25 años, en los que procedió con una arriesgada periodicidad, incautó en total más de cincuenta mil pares, y alrededor de veinticinco mil unidades sueltas. Por qué nadie más habla de él hoy?, dónde están esos zapatos?, cuanto más tendremos que esperar para que nuestras borracheras terminen en paz, y nuestros pies no teman esa inesperada desnudez?

Como la mayoría de las víctimas fueron más bien hombres de poca moral: borrachos, drogadictos o gente sin hogar, la policía actúo siempre con poca insistencia. Su delito nunca nos conmocionó, y sin embargo, su labor ha dejado una huella indeleble en nuestra cultura popular.


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