jueves, febrero 10, 2011

Hasta la tucia.

Fue una de las primeras promesas que rompí. Parecía evidente, pero entonces yo había creído en otras historias, en magia, en literatura, en pasmosa rebeldía. Insolencia, detrás de las cortinas, el animal espera a la presa. Caza en la casa.

La anatomía de un cuerpo sintetiza, con pelos y señas, las idas y vueltas del tiempo. El asesino no contaba con sus manos, antes había cometido abigeato. Las cárceles, dada la condición de vida del resto de los habitantes de la isla, eran más bien un premio. Entonces el Supremo hubo decidido empezar a cortar: manos, lenguas y cabezas. En ese orden de gravedad.

Yo creía en la magia, en la literatura, en los insolentes cuya única misión es desobedecer. Creía en el embrujo que producen ciertas sustancias, en los excesos, en los viajes astrales. El Supremo de todo esto se enteró.

Cuando una de las Mónicas, que tengo en la colección, se me acercó con el sobre de papel madera, el árbol, bajo cuya sombra descansaba, se estremeció. Mónica no quiso tomar asiento. Claudia, también parte de mi colección, me besó el anillo, se desprendió el delicado collar y besándome los labios, me lo colgó al cuello. Mónica, quedó atónita. El cariño se le convertía en nostalgia, y así ocultó ese rostro en sus delicadas manos. El sobre papel madera se arrugaba con las lágrimas.

Mientras otra de las Claudias se levantaba la falda para mostrarme la ropa interior. La misma Mónica deshilachaba un clavel, descosía sus propios harapos. Yo comprendí su mensaje, pero al revés.

Dentro del collar un polvo mágico, y lejos, los dedos del coronel, muy lejos, azuzaban a la masa grumosa. Los dedos del coronel, la levadura de su ejército: levántate. Cerca de acá, en sus aposentos, el Supremo sonríe, y se toma una poderosa línea, embiste, y no para de hablar.

La Mónica, que había venido esa tarde con la Claudia que me trajo el collar, se coló entre las sábanas. En placenteros cuerpos descansé. Tan profundo hubo sido mi sueño que al despertar ni las pantuflas quedaban.

Mi vasta colección, mis encantos, nada de esto quedará, ni las pantuflas. Por gracia casual, en el collar, que intencionadamente habían dejado a mi cuello, encontré las respuestas al hastío. En las líneas del Supremo, regalo condicionador, descansa mi cordura. El coronel agita, grita, avanza implacable, pisoteandose la cola. Así, en mi edén, los cardúmenes que aquí me agasajan, encontrarán la paz. Yo los guiaré. El asesino, a las órdenes del coronel, tiene a su cargo el control de sabotajes. El coronel no morirá, al Supremo querría suplantar.

Acá no mucho ha de cambiar, tal vez empiece Lauras y Dianas a coleccionar.

No hay comentarios: