sábado, julio 24, 2010

Y al fin, lo supe

Yo, de pequeño, suponía que mi futuro estaría ligado a las estrellas. Más por arrogancia, que por una búsqueda de conocimiento, condicionaba mi educación, por decisión propia, a un exceso de matemáticas, y al martirio displicente de la abstinencia.

Cuando descubrí los verdaderos placeres que el mundo tenía para ofrecerme, firmé el contrato de inmediato, a ojos cerrados, y me sometí a las más tórridas abyecciones. Bebí cuanto pude. Dormí en todos los buses que pasaban lejos y cerca de mi casa. Desperté en pueblos hasta entonces desconocidos, en estados deplorables. Con las greñas llenas de tierra y piojos. Golpeé puertas ajenas buscando mi bicicleta. Nunca maltraté físicamente a una mujer, pero hay algunas que me recuerdan con despecho, cuando no con odio. Cosas del amor.

Las menos supieron disfrutar de mis ironías. De las vueltas de la vida. De las dulces hecatombes juveniles. De los agravios que a padres y novios proferimos. De la negación a dios.

De haber sabido lo que sucedería en un par de años, -aquello que se avecina y que no todos saben, que unos cuantos esperan, que los menos sospechan, que yo entonces atisbaba y hoy me hace mejor que los demás-, hubiera hecho el doble de cuanto hice.

El arrepentimiento es un sentimiento monocorde que pulula solo en la cabeza del enano responsable que todos llevamos dentro. Extirparlo es una necesidad vital, como destruir al vaticano y a cualquier gobierno del mundo. Los pecados capitales son cuentos inventados para que los hombres no hagan lo que en sus entrañas palpita. De ahí a la locura, un solo paso. Y ante tanta decadencia, nada mejor que la ruptura completa de cuanta regla encontremos. Descalifad a los virtuosos.

En el vacío absoluto, nada de nada vale. El método científico no miente, se desboca, pero no miente. Y yo me rehuso a aceptarte como primera prueba. Qué pensás hacer, troglodita?

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